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NUEVE FRANJAS Y UN SOL

DOS DIOSAS DE COLOR PARA UN EFÍMERO REINO

DOS DIOSAS DE COLOR PARA UN EFÍMERO REINO


RECORDANDO A MARTHA GULARTE Y A ROSA LUNA

La escalera, algo angosta, llevaba directamente a un pequeño ambiente que en ese momento había sido invadido por plumas y lentejuelas. 
 
Al llamado del timbre respondió la voz de Martha desde lo alto. Subí y la sorpresa no fue poca cuando recibí aquel afectuoso saludo. Un beso de bienvenida, una dicharachera disculpa por aquel ordenado desorden que, no dudé, era lo propio por esas fechas en la casa de una primera figura del carnaval.

La verdad es que no fue fácil acceder al único sillón que quedaba libre. Primero había que sortear las largas plumas que conformarían ‘la cola’ del traje de la vedette y que esperaban ser insertadas en el armazón que las sostendría.

No quedaban muchas opciones. Manos y rodillas a tierra e imitando a los gatos pasar por debajo de aquella maraña de colores.

Yo no esperaba una entrevista corta pero tampoco una tarde con Martha Gularte. Mucho después pensé que yo había sido una gran estúpida al no haber consolidado aquella mutua simpatía.

Tampoco lo hice con la otra diosa del carnaval y nunca supe el porqué; si fue porque éramos mujeres y en esos encuentros que tuvimos aquel año nos habíamos trasmitido todo lo que teníamos para decirnos, en palabras o en miradas, que es mucho más de lo que se puede y debe publicar entonces o ahora.

El motivo de las entrevista fue una serie de artículos sobre las mujeres en el carnaval montevideano. Isabel Villar, la directora del suplemento nos lo había pedido como base del mismo en el mes de febrero del año… ¡Cielos…!


 
Andábamos por la mitad de la década de los 80 y la democracia recién recuperada nos hacía reír por el simple placer de reírnos.

Me encantaba dividir mi tiempo entre el diario, con sus páginas serias, casi masculinas en su estructura y aquella búsqueda de historias de mujeres uruguayas para La República de las Mujeres.

Pienso en la cantidad de anécdotas, de mini historias que quedaron en mi mente y que con muy poco afloran al pensamiento.

Sonrío porque recuerdo cuando escribí sobre las profesiones que por entonces eran hasta inéditas entre nosotras. Ahora en todo el Uruguay es posible encontrar mujeres taxistas, por entonces tuve que hacer una investigación para hallar ‘a la mujer taxista de Montevideo’.

Cuando descubrí a la única mujer ‘gomera’, por entonces, reí a mandíbula batiente cuando me contaba que un día había entrado a la gomería un camionero preguntándole a ella por el gomero; y al decirle “Soy yo”, el hombre luego de mirarla y sin decir palabra dio media vuelta y se fue en busca de un gomero del sexo masculino que arreglara la rueda de su camión.

De esa serie de notas sobre las mujeres en el carnaval no todas quedaron en el recuero. Apenas las modistas cociendo los trajes de los componentes de los conjuntos; dos jóvenes, quizás por entonces las únicas murguistas; la visita a la humilde casa de una de las vedettes de un conjunto lubolo, madre de un pequeño e ilusionada con el brillo de aquel traje y aquel tocado que durante ese mes la convertiría en primerísimo figura y los entretelones de la elección de las soberanas del Carnaval y de Las Llamadas.

Y de todas, las dos entrevistas inolvidables: la de Martha Gularte y la de Rosa Luna.

A Martha no la conocía personalmente pero a Rosa ya la había entrevistado en otras oportunidades, sin embargo nunca me sentí con tal capacidad de captar lo que decía como aquel año. Quizás, y no me quedan dudas al respecto, porque esa vez yo me sentí plenamente identificada con nuestro carnaval.

De la entrevista con Martha Gularte quiero recordar palabras concretas y solo recupero en la memoria flashes de aquella tarde. Yo sabía su edad septuagenaria pero la morena que estaba sentada junto a mi se consideraba aún una adolescente. Ella lo decía, los años resbalaban y su figura lo atestiguaba.

En un momento ¿hablaríamos acaso de su cuerpo?, sin reparo levantó su falda para mostrar lo que era su orgullo: sus piernas, las que maravillaron a multitudes hasta muchos años después. Ébano en una talla de la que cualquier mujer se siente aún envidiosa.


 
Su cuerpo todo, era mucho más joven que su edad, pero esas piernas que todos admirábamos cuando la veíamos venir por Gonzalo Ramírez, moviendo sus caderas al ritmo y envuelta por una cuerda de tambores, resultan difíciles de olvidar para cualquiera que la haya visto desfilar desvestida de lentejuelas y plumas.

A media tarde, ante la pregunta de si quería tomar algo lo agradecí. Martha se dirigió a la cocina y yo espere… no sé que esperé; un té, un café, un vaso de refresco…; para lo único que no estaba preparada fue para recibir el ‘farol de whisky’ que sirvió para cada una de nosotras.

Un farol de whisky, para el que no sepa el término, es un vaso de whisky cuyo tamaño casi asusta.

La casa de Martha era pequeñísima, en pleno barrio Sur. No se me ocurre otro sitio para ubicar su residencia. Una calle casi para peatones donde solo puede imaginarse ritmo de tamboriles.

Un diminuto hall, una cocina más bien oscura o quizás porque ella prefiriera mantenerla en penumbra y un dormitorio que no puedo asociar si era pequeño o quizás grande pero tan repleto de placares, perchas con trajes, espejos y baúles que parecía imposible que alguien pudiera descansar en él.

Aprendí muchas cosas aquel día. Como que aquel mundo de lentejuelas y pedrerías desparramadas sobre la mesa, aquellas plumas increíbles y las boas de colores eran traídas especialmente desde Brasil y costaban una pequeña fortuna.

Martha me dijo que extrañaba a sus hijos. Por entonces ambos estaban fuera del país. Habló de los éxitos de su hija en Europa. Estaba orgullosa de ambos, de que fueran artistas.

Sus palabras no dejaban de contener el resentimiento del negro que ha triunfado y que ya no debe sumisión. Lo noté así desde el principio de su conversación y ella, después de un rato lo dejó entrever: Uruguay no es racista, con los que triunfan.

No eran necesarias muchas explicaciones. La niña pobre, parte de una raza menospreciada en una época en la que las reivindicaciones no existían.

Me mostró un cuaderno donde con letras muy grandes, propias de quién apenas ha cursado los años básicos de escuela, escribía poemas. Estaba repleto de poemas.

En aquel momento no les encontré la rima apropiada pero sí el sentimiento trasmitido con la sencillez de quién necesita hacerse oír.

A Rosa Luna ya la conocía

La primera vez que la entrevisté me había citado en un bar del puerto. Extraño sitio pero quizás el que ella buscaba para depositar su vida en la cinta de un grabador.

Rosa nunca ocultó que en su juventud fue una prostituta ni que estuvo presa por matar a un chulo. Todos lo sabían y todos la respetaban.

  
 
Era totalmente diferente a la que por años fue su rival. Rosa y Martha nunca negaron que ‘se masticaban pero no se tragaban’. Había algo más que competencia artística entre ellas; quizás la disputa por un reinado que era sólo de Martha cuando Rosa se metió, por méritos propios, en él.

Porque Carnaval es un reino; no importa el nombre de la soberana de turno. Es el reinado del arte convertido en ritmo que se hace ritmo en el arte.

Y Rosa y Martha eran ritmo y eran arte, puro; exquisito arte hecho mujer. Y eran dos diosas que aspiraban a un mismo trono.

Dos mujeres físicamente muy diferentes

La figura de Rosa destacaba por sus exuberantes pechos, la de Martha por sus piernas bien formadas; Martha era más bien diminuta, Rosa era una mujerona en el mejor sentido de la palabra.

Martha era más femenina que Rosa. Recuerdo aún el año que ésta se rapó totalmente la cabeza para desfilar. Rosa era más espectáculo que Martha.

Para hablar sobre aquel carnaval Rosa me recibió en su casa.  También una casa pequeña, pero no tanto como la de Martha.

En esa casa vivía con su pareja y un pequeño que habían adoptado y por aquella época soñaba con poder comprar una más grande para tener un lugar donde criar a la niña que también iban a adoptar.

Trabajando por ello la sorprendió la muerte en el escenario de un país tan adelantado que no tuvo en ese momento a su disposición, la ciencia para salvarla.

Pero aquella tarde de la entrevista Rosa Luna estaba plena de vida. En el comedor de su casa, rodeando la mesa, junto con tres chicas de su conjunto cosía los trajes para el próximo carnaval.

Aquí no encontré plumas, al menos a la vista, pero sí lentejuelas que eran pegadas a los vestidos por la misma vedette y las bailarinas mientras tomaban mate. Se respiraba un ambiente de camaradería que invitaba a las bromas.

Las bromas con Rosa eran fácil porque sabía hacerlas y recibirlas y disfrutaba con ellas tanto como decía “bronquear” cuando perdía su Nacional.

¡Si sería tricolor que cuando traían su cuerpo para ser velado y sepultado en Montevideo, el coche que llevaba el féretro de la artista se detuvo frente a la sede del Club para que la gente de Nacional le rindiera el homenaje al que ella, como hincha incondicional, se había hecho merecedora!


 
Sin dejar su trabajo porque el tiempo apremiaba, habló de su revista, la que había formado y por la que ese año no saldría como era habitual en los tradicionales conjuntos lubolos. Esa noche ensayaban en el Club del BPS y allí estuve disfrutando de un adelanto de su espectáculo.

Había hecho tantos planes, se sentía feliz, realizada como mujer y como madre. Había triunfado como ser humano y como artista.

Ese día teníamos dos testigos que disfrutaban de aquella conversación: el chofer y el fotógrafo del diario. Y por supuesto que llegó el momento en el que el segundo tuvo que realizar su tarea. Era imprescindible una foto de todas aquellas mujeres trabajando pero…

La casa no era tan grande como parecía… enfocando desde aquí... desde allá… faltaba espacio y ¿Qué otra cosa se podía hacer que quitar la mesa?

Y la mesa se sacó, entre el chofer, el fotógrafo, alguna de las chicas, la misma Rosa y yo… demasiados para una no muy grande mesa de comedor que incluso salió por la puerta de entrada sin interponer mayores complicaciones.

No sé que habrán supuesto los vecinos que estaban algo inquietos cuando nos retiramos; mientras se tomaban las fotos la mesa quedó en el único lugar donde no nos estorbaba: la acera, fuera de la casa.

Pero la anécdota, la mejor de las varias de aquella tarde, ocurrió cuando yo dije de sacar una foto como las había encontrado a ellas cuando llegamos, tomando mate.

Mate, azucarero, termo… ¡NO!..., el grito de Rosa fue casi simultáneo con su salto para coger aquel termo y cambiarlo por otro.

Por supuesto que en la foto no podía salir cualquier termo, debía salir el termo de Nacional que estaba sobre el aparador de la cocina. Me enteré de esto porque lo mandó buscar por una de las bailarinas.

El fotógrafo era de Peñarol y mucho en broma, un poco en serio, apoyado por el chofer que entonces supe, era también manya, se negaba a tomar la foto… ¡Claro que esta vez no pudo triunfar! cinco mujeres, todas tricolores tienen su peso.

Retornada la mesa de Rosa a su sitio; ya de regreso hacia el diario no pude siquiera imaginar que esa sería la última vez que iba a tener oportunidad de entrevistar a aquella mujer que tantos aplausos arrancó de su público.

Ni Martha ni Rosa están ya para explicarnos como se siente el ritmo del candombe cuando se lleva la raza en el corazón pero tampoco dejarán de estar presentes nunca, cuando suene un tambor.

 

Escrito en febrero 2004

Ilustración: 'Empezó el candombe', pintura de Carlos Páez Vilaró

4 comentarios

graciela -

Perdón, mil perdones, me equivoqué en la dirección anterior y la corrijo
http://nueve.franjas.y.un.sol.googlepages.com/

graciela -

sin embargo, y continuando con lo anterior, por problemas de ingreso a este bloc, esas fotos podrás veras muy pronto en http://un.sol.y.nueve.franjas.googlepages.com

graciela -

estimada natalia, creo que tienes razón, de ellas y de muchos y muchas grandes de nuestro país que, lamentablemente ya no están, será bueno buscar y subir fotos, tendré en cuenta tu sugerencia, gracias

natalia -

hola mi nombre es natalia bueno la paguina est muy buena y siempre esta bueno recoradar a dos grandes del candombe no nos olvidemos de ellas. bueno un abrazo . a una cosa creo k tendrian k poner fotos de ellas de todos los mejores tiempos