INVASIÓN AL PAÍS DE LOS HOMBRES
Hace unos días una amiga me decía que sería buena cosa poder conocer la Mezquita recientemente inaugurada en Granada.
Por mi parte estoy deseando realizar un viaje a la ciudad de la Alhambra tan solo para oír la voz del muecín llamando a la oración, algo que hace 500 años no sucede por estas tierras de 'Al Andalus', precisamente desde que en la Alhambra, constituida en el último foco de resistencia, los árabes se rindieron en 1492 a las huestes cristianas de Isabel y Fernando.
Es comprensible que cuando la prensa señaló que, 'como gesto de buena voluntad' la mezquita estaba abierta para que fuera visitada por todos, a mi amiga y a mi nos picara el bichito ese que hace cosquillas cuando uno tiene conciencia de que algo le va a resultar prácticamente imposible de realizar; porque, bien le comentaba a María, en vista de las costumbres religiosas del pueblo mahometano, la invitación para 'todos' es muy seguro que no incluye, ni por error, la posibilidad del cambio de género de la palabra.
Para muchas culturas 'todos' no es 'todas', ni siquiera 'algunas'.
Comentábamos este echo cuando recordé una vieja historia que viví en Montevideo donde se me vetó la entrada 'al país de los hombres'. Pero lo cierto es que al final terminé entrando, y no solo traspasando el umbral sinó, recibida, atendida y hasta en cierto modo agasajada.
Comencé a reír y a través de la anécdota viajé en el tiempo y el espacio y me encontré nuevamente con un hermoso grupo de compañeros de trabajo, reunidos en la sala de prensa de Casa de Gobierno; un mes de diciembre de los últimos años de la década del 80.
Es la época del año en que los periodistas que trabajan en el sector político, ya sea en el Parlamento o en la Presidencia son agasajados por legisladores ministros, y hasta por el mismísimo presidente con brindis, almuerzos o cenas que, sumados a las invitaciones de particulares hacen que en determinados días resulte imposible cumplir con todos los compromisos y además, con la tarea de informar a través de nuestros respectivos medios de prensa.
Recuerdo que en una ocasión en que, después de asistir en la misma tarde al tercer brindis despidiendo el año, (el primero en el Ministerio Transporte y Obras Públicas y los otros en distintas Bancadas del Palacio Legislativo) sentí que no tenía fuerzas para continuar una semana más con el ritual; uno de los muchachos de la prensa me dio la solución al problema... 'entras, te ubicas en el centro, donde te vean, saludas a quién debas... y ya puedes irte de allí... el truco es que en los minutos que estés te hagas visible al mayor número de personas'; ¡cómo agradecí aquel consejo!
Pero volvamos a aquella mañana en que, al llegar me encontré conque la prensa había sido invitada a una cena de la Sociedad Parva Domus... cena a la que, según decían, ya habían concurrido en años anteriores disfrutándola 'a lo grande'.
Cuando quise averiguar la dirección para poder concurrir esa noche, uno de los colegas me dijo que yo no podía ir.
Pensé que estaban de chanza pero nunca habían hablado más en serio: allí no entraban mujeres... ¿Porqué?, ¿Quién me lo impediría?, ¿Qué era aquello?
Hasta ese día no había sentido curiosidad por la blanca casona señorial con puertas y ventanas verdes, rodeada por un amplio parque, vetustos árboles, estatuas y jardín, ubicada entre los modernos edificios de Punta Carretas.
La 'República de Parva Domus', fue creada en el siglo IXX como asociación cultural a la que, a lo largo de sus décadas de historia, han pertenecido los nombres (masculinos) más notorios de las artes, las ciencias la política y en general de la sociedad montevideana. Un sitio donde las mujeres estaban (están) excluidas.
Y puestas así las cosas me quedé sin poder participar de la reunión y refunfuñando entre dientes mi frustración mientras, al día siguiente oía los comentarios de 'mis compañeros' que 'la habían pasado de maravillas', disfrutando de una de las mejores fiestas navideñas de aquel año, y eso que uno de ellos había pasado veinte minutos en 'el calabozo' por haberse atrevido a criticar la salsa (la que acompañaba las carnes y no el conocido ritmo centroamericano).
Así que, como quién dice, con la sangre en el ojo, fui a ver a la directora de La República de las Mujeres y solicité hacer una nota sobre 'tan odioso sitio'. Isabel aceptó encantada y, al enterarse de mis motivos, me designó una fotógrafa, la única mujer que trabajaba entonces en la sección fotografía del diario La República.
'Ni mujeres, ni animales ni seres inferiores' reza uno de los artículos de la Constitución de esta particular república que, ignorada por la mayoría de los uruguayos, se incrusta en nuestro territorio limitando con el Bulevar Artigas y la calle Parva Domus.
Eso de incluir a las mujeres en el mismo grupo de los seres inferiores nos fue, especialmente señalado cuando se nos leyeron algunos es los artículos constitucionales que, con total acatamiento, se cumplían al pie de la letra. Claro que las susodichas 'leyes' no llegaron a impedir que mi compañera y yo fuéramos recibidas por su mismísimo Presidente al pie de la escalera de acceso.
Pero éste, sin dar el brazo a torcer, ante mi observación de que, mujeres nosotras, estábamos visitado 'los recintos prohibidos', se mantuvo en sus trece asegurando que nosotras en aquel momento éramos periodistas y no mujeres.
La República de los hombres... perdón... de Parva Domus se creó en un sitio alejado del bullicio de la ciudad (¿sabrían lo que les vendría encima a fines del siglo XX?) para que los señores de la época tuvieran un sitio de solaz donde disfrutar del deporte de la pesca y, como ahora, de los placeres de la buena cocina, porque ¿sabéis cual es el entretenimiento de estos señores?... ¿la lectura?... ¿oir música?... ¿jugar a las cartas?... pues en pequeñas dosis pero...
...la cocina... eso sí que vale la pena verlo... la fotógrafa puede lucirse... enfoca desde los mejores ángulos... tres. cinco. siete hornallas gigantescas... un refrigerador también gigantesco... las sartenes y las cacerolas se adaptan al mismo adjetivo... y entonces aparecen tres socios a los que nuestra presencia femenina en aquel recinto, parece no hacerles gracia alguna pero aún faltan tomar las mejores fotos y escudriñar aquel 'reino', son un Pato Donald con un inmenso delantal y manoplas y un.... ¿gusano verde?....
No se dejan fotografiar... ¿acaso creen que pueden evitar la sagacidad de dos mujeres?, con la mirada nos ponemos de acuerdo y mientras yo distraigo su atención con preguntas que ni siquiera vienen al caso, mi acompañante enfoca la cámara.
Resulta ser que estos señores que posiblemente en sus casas no piensen siquiera en preparar un almuerzo y menos aún en lavar los cacharros o buscar un escobillón... en eso se divierten: disfrazarse, cocinar y comer... comer, cocinar y disfrazarse... y volver a cocinar para otra comilona y obedecer la Constitución que para algo hay un calabozo, un rectángulo de rejas de poco más de un metro de ancho donde aquel que comete alguna falta de protocolo debe purgar su 'delito' entre risas, bromas... y viendo desde lejos como sus amigos continúan dando buena cuenta de la comida servida.
Pero vamos a ser fieles a la verdad. Aunque a nosotros no nos hayan considerado tales en nuestra visita, las mujeres entran a esta particular república, dos veces al año son invitadas a una comida especial... una excepción también reglamentada por su Constitución.
Y como entre el listado de 'ciudadanos' figuran nombres por demás conocidos, no puedo contener la risa cuando me imagino a José Enrique Rodó, Zorrilla de San Martín, Gonzalo Aguirre o Julio María Sanguinetti con sendos, enormes gorros de cocinero... ¿o ellos irían... irán solo como comensales?
María deja de reír para asegurarme que aquello 'fue una invasión' y con los ojos entrecerrados me propone.... ¿invadir la Mezquita?
Escrito el 15 julio de 2002
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