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NUEVE FRANJAS Y UN SOL

CON LA MÚSICA DEL VIENTO

MI MALETA

MI MALETA


Allá lejos preparé mi maleta,
cuando supe que ya no volvería.
La llené de ilusiones
y en el fondo guardé mi patria;
el color de su cielo
en un retazo de tela
y el corazón de su gente
en los ojos de mis amigos.
Encerré olas salobres
y jilgueros de plumas suaves,
sabores a torta frita
y olores a choripán
y a un loro parlanchín
le enseñé a decir: ‘ché, vó, ¿tá?’
y a tararear el pericón.
Oteé el horizonte,
línea verde de coronillas y sarandíes,
para atrapar en un murmullo
el canto de los ríos
y la soledad de las sierras
y en un alarde de sapiencia
escribí en párrafos de viento
el relato de mil recuerdos,
tan efímero fue el registro
como lejos hoy están.
De aquella maleta saqué un cofre,
venía repleto de todo
pero llegó vacío de nada
y hoy desborda de reminiscencias
que pugnan por renacer.
La maleta está cerrada,
los recuerdos escondidos
en los rincones de una nueva casa
en pugna con los que serán mañana,
recuerdos de una casa vieja.
¿Qué pondré en mi maleta
cuando vuelva a partir?
¿Cómo fundiré dos patrias,
dos historias, más amigos,
para que quepan en mi maleta?

              Graciela Vera


         Ilustración: ‘Maletas’ de J. Enrique González

SIGO CAMINOS

SIGO CAMINOS

Sigo caminos borrados en el tiempo,
traigo en mi canto flores de ceibos
que voy repartiendo a los vientos
en susurrantes bocas de carmín.
Acechando en las riberas de los ríos
cae en gracioso picado el Martín Pescador.

Mi cuna la meció el Uruguay,
silbando melodías la furia de sus crecidas;
los Andes, nido del cóndor,
capturaron mi asombro.
Centinela majestuoso de mi América
con el Aconcagua compartí el viento.

Bebí del sabor salobre del Atlántico,
en la pampa saturé mis sentidos
con el empalagoso deleite
regalo tempranero de la lechiguana.
Sentí el frío del Pacífico,
corrí por bosques y desiertos.

No me preguntes de donde vengo,
solo recrea mis noches
de vidalas y pericones,
colócame la vincha con que indómito,
el charrúa se transformó en ombú.

Déjame extender mis manos,
invitándolos con un mate amargo,
hacia los hermanos de mi patria,
argentinos, paraguayos,
chilenos y brasileros.

Ellos conocen de mi paisito
historias que son comunes,
saben de sus tesoros,
y brindan con caña y butiá,
por el sol de mi Uruguay.


                    Graciela Vera

MANOS AL VIENTO

MANOS AL VIENTO


          I

Las manos son ritmo,
sangre y vida de razas,
latidos de corazones
transformados en palomas.

          II

Repique de tambores,
rojas las lonjas,
la carne llora
y el cuerpo tiembla.

          III

Palmoteo que se eleva
transformado en bulerías,
las manos arrancan un lamento
acariciando el cante jondo.

          IV

Las manos tienen colores,
son blancas. son morenas.
tienen movimiento propio,
piensan por sí mismas.

          V

Escudriñan el alma
hurgando en los sueños.
Las manos de allá,
las manos de aquí,

          VI

cadencias inmolándose al amor,
las manos de mi tierra,
las manos de tu mundo,
las manos de los dos.


                  Graciela Vera

ABUELITO

ABUELITO

Tengo ganas mi querido Ruperto,
por escuchar tu palabra tan suave,
tan dulce y tan  buena como el jarabe
que de la tos es remedio encubierto.

Quisiera poder llamarte abuelito,
y que presta, tu voz me respondiera,
y que la fantasía a mi viniera,
con esa urgencia que yo la necesito.

Lástima no conocerte de herrero,
más yo te disfruté con caña y anzuelo,
en lejanas tardes nunca olvidadas.

Tu nieta en tus hombros de gran guerrero
paseas por las calles de Carmelo,
¡milagroso regalo de mis hadas!

                      Graciela Vera

 

Ilustrado con pintura de Ariel Alexandre 'Grand Père'

VENGO

VENGO

Vengo de mundos de cielos y ríos,
arropada en la dádiva de la lluvia,
azotados mis cabellos por el pampero
en mil días soñando con tu tierra.

Arrastro el corazón de mi América,
que el Paraná y el Uruguay vertieron a mis pies
en colores y exhuberancia,
lamento de la selva misionera.

Te entrego El Plata, que majestuoso en su estuario
tomara el color de las riberas de mil islas
para, mezclándolo con el púrpura del Bermejo,
llorar sangre en sus blancas arenas.

Surjo del río como mar,
el mismo que guarda tesoros sin par,
galeones de la España inmortal,
extraña ofrenda de tu mundo.

Traigo los ojos repletos de oros
para confundirlos en los ocres y azules
de la patria que me ofrendas
tan lejos de aquella, allende mares.

Vengo envuelta en retazos de cielo y nubes
que entrego en abrazo fraternal
recuerdo de los verdes de mis colinas
envueltas en las blancas nubes de tu Andalucía.

                                  Graciela Vera

DE VIVIR

DE VIVIR

A su lado aprendí,
de vivir, el verbo conjugar.

De su mano comencé,
de vivir, el camino iniciar.

De sus labios comprendí,
de vivir, la ilusión soñar.

De su trabajo supe,
de vivir, martillo y cincel valorar.

En sus ojos descubrí,
de vivir, el orgullo de tenerme.

De su recuerdo quiero atesorar,
de vivir, su don de gentes,

amigo leal, exquisito perfeccionista
Un hombre..... un nombre...
              PAPÁ


                  Graciela Vera

LINDA MONTEVIDEO

LINDA MONTEVIDEO

 

Dejé Montevideo un 3 de noviembre del año 2000

Desde el aire te vi pequeña
en la majestuosidad de tus verdes,
el río como mar, en eterno beso
te ceñía por la cintura.

Te recordé en el bullicio
de las tardes de escuelas,
de túnicas blancas y moñas azules.

No quise olvidarme del Cordón
extendiéndose hacia el Obelisco,
ni de las calles de Palermo y del Barrio Sur.

Supe que iba a añorar las mañanas con los amigos,
en los sábados de la Ciudad Vieja,
y un paseo hacia la fortaleza,
subiendo las calles del Cerro.

Le dije adiós a los verdes del Centenario y del Rodó,
a la que había sido mi casa,
a Boulevar, a Rivera, más allá a Punta Carretas.

Quedaron atrás Ramírez y tu Dieciocho,
y me olvidé de los sueños frustrados
cuando la Rambla se fundió en río.

Te perdí en un horizonte de nubes y soles,
de una Cumparsita tan tuya
como ese pedazo de mi corazón
con el que te quedaste por siempre,
linda Montevideo de mis recuerdos.


                         Graciela Vera

CIELO DEL URUGUAY

CIELO DEL URUGUAY

Sin ostentosas dádivas,
atando cintas a mi guitarra,
llegué, desnuda,
los ojos abiertos a la ilusión
y en los brazos apretujado,
un pedazo de mi cielo
al que aferro el presente.

Tan azul como tu mar,
tan límpido como tu mirada,
así es mi cielo,
el que no quise dejar,
el que mira mi gente
con la frente levantada,
sin ocultar los ojos.

Esa gente,
la que arropada en desazones,
le canta a la vida,
entregándote una chamarrita
apenas amarrada
a los tarantos de tu Almería.

Soy portadora de la noche
que brilla más allá de Orión.
Besa el río de los Pájaros Pintados
al Mare Nostrum de los sueños;
dulce mistura,
el espinillar regala olivas
y el olivar se viste de oro,
milagro de un pedacito de cielo
que moja sus pies en tus aguas.


                    Graciela Vera

ATARDECER EN EL PLATA

ATARDECER EN EL PLATA


El Plata atrapa el rito diario
y el sol, naranja de lujuria
se sumerge en el horizonte,
explosionando en fuegos.

No hay tierras,
no existe el hombre,
solo Dios y mis ojos
en asombro de colores,
silenciosa cuna del ceibal.

El río como mar cambia,
el cielo se hace ocre,
surcan sus aguas reflejos de plata,
volcán inexistente que regurgita sueños
troncando nubes por algas de sangre.

Las dunas mueren entre brumas,
oriente tiende un manto oscuro
que se desgrana en resplandores
cuando la noche besa occidente
y una estrella nace del mismo río.

                          Graciela Vera

¿DÓNDE ESTÁS, BARRIO SUR?

Barrio Sur, vino y lonjas,
calles angostas con rejas en las ventanas.
Hilera de casas bajas
que se niegan a morir.

Durazno, Convención,
Isla de Flores y Gardel,
color de ropas tendidas
con olor a negritud.

Cuando derrumbaron el Medio Mundo
supiste que habías perdido
la irreflexiva batalla.
No quedan malvones en tarros de lata.

Sobre el río del color de tu gente
los ladrillos avanzan hacia el cielo,
y lloran los mulatos
ahogados entre rojas paredes.

Un farol resiste al mercurio,
ofrendando la sombra de su luz
al cimbreante paso de Rosa Luna,
mientras la Gularte llora noches de esplendores.


 
Conventillos que ya no están,
Barrio Sur, recuerdo que se esfuma,
el Centro ganó terreno
y el asfalto va cubriendo el empedrado.

Solo tu nombre permanece
convertido en leyenda,
mientras tu alma vuela,
envuelta en el repique de un tambor.


                           Graciela Vera

ATESORANDO RECUERDOS

ATESORANDO RECUERDOS

 CANTO A MI MONTEVIDEO

Quiero llenarme los ojos
de los mil colores de la ciudad,
del oro cobre de sus arenas,
cuando el sol se deja caer
en el río como mar.

Los mil verdes de sus parques,
los grises de sus conventillos,
colores y olores,
música y gritos.
La cana vigilante
y el punga atento.

Quiero llenarme los ojos
con la soledad de los viejitos del Piñeyro.
Llevarme el recuerdo de las lonjas del Barrio Sur,
las caderas de negras y blancas
moviéndose cadenciosas al sonido
del repique, del chico y del piano.

Quiero llevarme el recuerdo de tu Dieciocho,
las estatuas vivientes,
delicia de los pequeños.
Aquí un bandoneón, allá un violín,
sombreros en el suelo receptores de escasos óbolos,
muy poco el premio para el pintor callejero.
Y en las esquina los malabaristas
pasan la gorra a los autos detenidos,
mientras cien chicos ofrecen lavar los parabrisas.

Quiero recordar tus plazas,
las luces permanentes en los árboles de Fabini
donde las orquestas de fin de semana
invitan a bailes improvisados.
Las cinco de la tarde vestidas de blanco
con moñas azules,
el barco pirata del Parque Rodó,
juegos por doquier, las canteras y su cascada.
Febrero de carnavales,
mientras, frente al Vilardebó, un loco
que no lo es tanto, pide una cebadura
para un mate imaginario.

No quiero olvidarme del encuentro de amigos
en la Pasiva de Ejido, pancho y cerveza;
ni de las brasas detrás de los cristales,
invitación de El Fogón.
No quiero olvidarme de los sábados
de música y color en la Ciudad Vieja,
de los ruidos y los aromas del Mercado del Puerto,
ni del paseo de los shoppings.

Quiero recordarte vestida de gala,
la Noche de las Luces, habrá otras muchas
pero ésta es nuestra, tiene fecha, tiene su público,
y mas allá, la San Felipe y Santiago cuando nos quedamos
para aplaudir a los últimos, los que son como nosotros,
el corredor ciego, el que viene en sillas de ruedas
o el que trae la camiseta de Nacional.

El Parque Central, con historia a patria y con historia a fútbol,
la sede de los cristales rotos, orgullo de cada triunfo;
un pueblo que se la juega y aporta a cada campaña solidaria;
y vive sus fiestas con el corazón teñido de celeste y blanco.

No quiero olvidar los autos embanderados en toda ocasión,
ni los festejos, ni las rencillas.
No quiero olvidar.

Atesoro en mis pupilas los mil rincones de la ciudad,
las caravanas multicolores de cien ciclistas;
el bullicio de las domas de La Rural,
y la fiesta por excelencia en el Centenario
Monumento Mundial al Fútbol.

Quiero recordar el sabor del choripán
y el aroma del asado a las brasas,
los helados de la Cigalle, y las vidrieras de Tata.
No quiero olvidarme de las baldosas rotas,
ni de los plátanos en primavera,
hoy son tesoros que llevo en el corazón
escondidos en el rincón de las cosas vividas.


                                Graciela Vera